Porque los niños necesitan la educación cristiana: Humanidad 2.0
- Los pensadores
- 3 jun 2020
- 3 Min. de lectura
Por: Douglas Wilson
Traducido al español por: Dante Joaquin Pignanelli.
John Dewey, Padre del sistema escolar estadounidense moderno, levantó objeciones a la división de aguas causada por el cristianismo ortodoxo. Y, dadas sus presuposiciones, tenía razón. El humanista atribuye el máximo valor a la especie humana. Para él, en esencia, la humanidad desempeña el papel de la divinidad. Mientras que, los cristianos conservadores creen que la especie humana se divide en dos grupos: Salvos y perdidos. Esta división de la divinidad (la especie humana) es intolerable para los humanistas. Es una diferencia teológica que no puede ser disimulada. Las escuelas estatales fueron fundadas para exterminarla, lo que equivale, en la práctica, a la erradicación de la educación cristiana.
La escatología de la fe cristiana (que involucra cuestiones como el cielo y el infierno) está por encima de todo. Si creemos que la historia humana culminará en el gran juicio delante del trono de Dios, donde Él separará a las ovejas de los cabritos, entonces creemos en algo inaceptable para el humanista. Y, si abandonamos esta convicción, a fin de hacer las paces con nuestros adversarios, no alcanzaremos la paz entre cristianos y humanistas; solo habremos abandonado la fe cristiana y cambiado de posición.
No hay manera de “llegar a un término medio” entre la salvación y la condenación. El abismo que separa a las ovejas de los cabritos es tan grande cuanto lo es la diferencia entre los elfos y los orcos de Tolkien. Esto significa que los seguidores del cristianismo que participen del gran experimento humanista (pues el actual sistema escolar estatal es eso) a menudo estarán interponiéndose en el camino de los opositores. Para estos serán obstáculos constantes. Plantearán cuestiones que presuponen el destino final de cada grupo, algo intolerable para los adversarios. O dejarán de plantearlas, y para entonces el proceso de corrupción del cristianismo habrá comenzado.
El cielo y el infierno pueden ser afirmados, ignorados o negados. Cualquiera que ignore esta división está a un paso de negarla; sin embargo, se trata de un asunto fundamental para ciertas cuestiones prácticas del momento. Es relevante para los temas que surgen en la sala de aula. Cuando estaba en la universidad (adquiriendo el tipo de educación a la cual me opongo aquí), vimos una vez una película de una persona que fue diagnosticada con una enfermedad terminal muy dolorosa. En lugar de enfrentar la devastación causada por la enfermedad, la persona decidió suicidarse y hacer del proceso una película. Hubo una fiesta de despedida delante de las cámaras. La muerte en si no fue filmada, y la película terminaba tras el suicidio de la pobre persona. La justificación lógica del suicidio era la necesidad obvia de evitar el dolor insoportable de la enfermedad. En nuestra discusión en el aula, hice una pregunta que trajo un concepto extraño para los demás presentes. Pregunte qué motivos teníamos para creer que el suicidio, después de todo, prevenía el dolor (bueno, el infierno es doloroso, mucho peor que cualquier enfermedad). En resumen, se nos pidió que hiciéramos un cálculo ético, pero no podíamos considerar la posibilidad de que la fe cristiana fuese verdadera.
Si lo que la fe cristiana nos enseña es verdadero, Dios, desde el principio de la historia, estableció una enemistad fundamental entre la progenie de la serpiente y la de la mujer: “pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella; esta te herirá en la cabeza y tu le herirás en el calcañar” (Gn 3.15).
He aquí el fundamento de la antítesis mencionada. Si existe oposición entre la fe y la incredulidad (antítesis que separa con radicalidad a la fe de la falta de fe), ¿Cómo no podría habría la misma oposición entre la educación del fiel y la del incrédulo? Ahora bien, si esta línea divisoria está presente en todos los aspectos de la vida, ¿cómo podría no estar presente en la preparación (educación) para la vida misma? Si el plan divino es llevarnos al estado de un hombre perfecto (Efesios 4.13), ¿no deberíamos dirigir todo lo que hacemos hacia ese fin último, ese propósito final? ¿Y eso no incluiría la educación de nuestros hijos?
Cuando la Biblia enseña que Jesucristo es el ultimo Adán (Rom 5.14; 1 Co 15.45) debemos entender lo que eso significa. Adán representa a la especie humana; o sea, Jesucristo es la nueva humanidad. Él es la humanidad final. Tenemos el privilegio de poder transformarnos en él. Pero esto no sucederá a pasos agigantados; no lograremos el estado de un hombre perfecto con distracciones. Este es el objetivo final de nuestro discipulado: discipulado que debe incluir escuelas para nuestros hijos.
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