Porque los niños necesitan la educación cristiana: Lo que todos saben
- Los pensadores
- 31 may 2020
- 6 Min. de lectura
Por: Douglas Wilson
Traducido al español por: Dante Joaquin Pignanelli.
En ciertos aspectos, la situación actual es fruto del éxito de la educación cristiana en las generaciones anteriores. Debido al predominio del Evangelio en Occidente durante aproximadamente un milenio, hay una gran cantidad de cuestiones que hoy día “damos por sentado” (Los vemos como hechos consumados). Pensamos que son cosas que “Todos saben”, cuando en realidad son productos de la cosmovisión cristiana, diseminados a lo largo de los siglos. Y cuando decimos que “Todos las conocen”, creemos referirnos a cristianos y no cristianos, pero, de hecho, nos referimos a cristianos y a no cristianos influenciados por cristianos. Otras veces, hablamos sobre no cristianos a quienes Dios ha conferido cierta medida de gracia común.
Creemos con ingenuidad que estos valores son una herencia compartida por todos los hombres, y que lo sucedió tras la caída de Adán en el pecado no la anuló. Por lo tanto, sería posible, de acuerdo en este razonamiento, trabajar junto con incrédulos en la empresa educativa, por ejemplo. Deberíamos descubrir un terreno en común y trabajar en unión. De todos modos, ¿Por qué complicar tanto las cosas? ¿Por qué hacerlo tan sectario?
Acabo de decir que estos valores comunes son producto de la cosmovisión cristiana. Alguien se sentiría tentado a decir. “¡Pero qué diablos!”. “Todo el mundo sabe que dos veces dos es igual a cuatro, ¿No? En realidad, no. Los panteístas no lo saben. ¿Cómo podrían dos y dos ser cuatro si todo, realmente, es uno? “Dos” y “Cuatro” no existen. Los relativistas posmodernos se encontrarán con otros problemas. No suelen tener muchos problemas con “dos” y “cuatro”, pero les resulta problemático afirmar la veracidad de una proposición. ¿Cómo puede algo tan simple como eso ser verdad cuando carecemos de fundamento para decir, en último análisis, que algo es realmente verdadero? Después de todo, ¿Qué es la verdad?
En resumen, es fácil señalar varias cosmovisiones que responderían a las cuestiones últimas de diferentes maneras. Esto haría que fuese muy difícil administrar una escuela con personas que no comparten las mismas respuestas a las mismas preguntas. Lo que creemos importa. Nuestra religión afecta la manera en que vemos el mundo, y eso se extiende a cada principio. Se extiende a todos los niveles de la sala de aula.
Cierta vez fui miembro de un consejo escolar que entrevistaba a un joven cristiano formado en la facultad de educación de una universidad cercana. Él quería enseñar en nuestra escuela; a fin de evaluar la eficiencia de sus capacidades en el curso de sus estudios universitarios, le hice una pregunta que revelaría que pensaba sobre el método “ver/decir” de alfabetización. Le pregunté que haría si, al mostrar a un estudiante un cartel con la palabra c-a-b-a-l-l-o, leyese “Pony”. Pues bien, ¿Qué haría él como profesor? El entrevistado respondió sin dudar que elogiaría al alumno, diciéndole: “Muy bien”. Ahora, el joven que entrevisté, aunque parecía un cristiano diligente y dedicado a Cristo, no sabía el significado de pensar como cristiano en la vocación especifica que quería seguir; allí estaban las premisas de una religión extraña, que obstaculizaban su respuesta.
Tiempo después. Habiendo convocado a la junta para una conferencia educativa, conté esta historia. También dije, recurriendo con ironía a una reductio ad absurdum, llegará el día en que se les preguntará a los estudiantes en las clases de matemática cuánto quieren que sea el resultado de determinado problema. Uno de los colegas del jurado, profesor de matemáticas en Canadá, dijo que eso en su escuela no era ninguna reducción, ni motivo de risas, y que las cosas por allá ya habían alcanzado ese nivel crítico. Pues bien, no se puede negar la autoridad de la verdad sin sufrir las consecuencias fatales de su negación. No puedes ahuyentar la verdad y aun así esperar hallarla cerca nuestro.
Uno puede objetar que es un mero “juego de palabras”, y que el verdadero problema radica en la posibilidad de que algún incrédulo sepa estas cosas, o no, independientemente de la fe en Jesucristo. Se admite que algunos incrédulos las ignoran, pero ¿y en cuanto a los incrédulos que las conocen? ¿No prueba esto que los cristianos y los no cristianos pueden compartir conocimiento, independientemente de una declaración previa de fe? Nadie necesita recitar el Credo Apostólico para afirmar las verdades de las matemáticas. Esto es algo completamente cierto. Hay personas que no podrían recitar el Credo conmigo y que, sin embargo, saben mucho más que yo de las verdades de Dios inscritas en la matemática. ¿Cómo es posible? Aquí llegamos al punto antes mencionado: Nos referimos a los no cristianos influenciados por cristianos o por la gracia común dada por Dios.
¿Pero que Doctrina es esta de la Gracia común? Es la que nos posibilita reconocer las instituciones, los hechos, el conocimiento, el saber de los incrédulos, sin, no obstante (y aquí está el punto crucial), conferir legitimidad a sus fundamentos idolátricos. He aquí precisamente la cuestión en pauta. Cuando los incrédulos se rebelan contra Dios, no pierden todo de una vez. Ellos aun no están condenados; aun no se encuentran en las tinieblas de afuera.
Quien no cree conoce ciertas cosas y, a menudo, sabe mucho más que los creyentes. ¿Cómo conciliar este hecho con lo que dijimos al respecto del Señorío de Jesucristo en relación a todo el conocimiento? Piénselo así: para saber lo que sabe el incrédulo necesita tomar prestados algunas presuposiciones de la fe cristiana, a fin de llegar a las verdades que “conoce”. La recepción de la gracia común puede estar vinculada a una cultura moldeada por la doctrina cristiana, o haberla heredado mediante la revelación natural de Dios difundida en el mundo. En cualquier caso, las concusiones correctas a las que llega no se basan en las presuposiciones de sus creencias religiosas fundamentales.
Por ejemplo, suponga que un ateo sepa mucho más de microbiología que yo. Él sabe cuál es la constitución de ambas faces de la membrana celular, conoce los nombres de todas las partes de la mitocondria y para qué lado se mueve el flagelo de las pequeñas bacterias. Creo en Jesús, pero no sé nada de eso. En resumen, él sabe mucho sobre como opera el diseño divino a ese nivel. Sin embargo, lo que no sabe es deducir todo ese microdesign del macro-caos ateo. El incrédulo es incapaz de deducir con coherencia lo que sabe de las presuposiciones de la naturaleza del universo; no es capaz de derivar ese conocimiento de sus presuposiciones, aunque yo pueda deducir su conocimiento a partir de mis presuposiciones. He aquí la razón por la que yo puedo (y debo) aprender con incrédulos. Puedo obtener conocimiento de ellos, pero no debo tomar prestada su ignorancia. Bien podría pillar del oro de los egipcios, pero habría de ignorar la falta de conexión entre sus presuposiciones y sus conclusiones. Esto no es oro (Su ignorancia). Los egipcios no creen que todo es acción del tiempo y el azar sobre la materia; y no creen en esto solo por que no es verdadero. Si pensarán así, todo su conocimiento de microbiología desaparecería-¡puf!
La gracia común es lo que brota cuando Dios permite a los incrédulos participar y disfrutar de que no podría ser verdadero según sus cosmovisiones; es la bendición que permite que los no creyentes sean inconsistentes. Si fueran consistentes, todo se les presentaría inconexo. Todo se fragmentaría en sus manos. Para conocer algo, deberían vivir en otro universo, no en el que creen estar. Entonces, ¿Por qué a veces se encuentran con nosotros? La respuesta es simple: porque cumplen con las expectativas.
Entonces, aquí está la dificultad. El sistema escolar estatal no es uno en el cual las conclusiones correctas son enseñadas y las presuposiciones falsas están ausentes o se omiten. No, todo el sistema es enseñado en conjunto. La cosmovisión secular es transmitida de manera integral. Ella incluye el origen del universo, la naturaleza del conocimiento, la concepción progresista de la historia, etcétera. Se alega que ahí no se enseña nada contrario a la fe en Cristo o a las Escrituras. No es verdad, incluso si nunca se dijese nada, absolutamente nada, sobre Jesús y su Palabra, el silencio resonaría. El niño aprende que su concepto sobre Jesús no tiene importancia, pues su existencia y atributos no influyen en nada en sus estudios. Pero ¿Cómo? ¿Cómo podría Jesús resucitar de los muertos en la historia humana y no alterar para siempre su curso y significado?
Si un niño cristiano fuese fiel a sus padres, al punto de querer mantener todas las cosas en orden, y lo suficientemente inteligente como para hacerlo, podría atravesar el periodo escolar con la fe intacta. Tal vez sobreviva. Pero la educación no es algo a lo que uno tiene que “sobrevivir”. La educación será su alimento. Y usted no debería pensar que “sobrevivir” al café de la mañana es una gran victoria.
“No cocinarás al cabrito en la leche de su madre” (Dt 14.21b; Ex 23.19; 34.26) El principio de esta ley es que no se debe tomar como instrumento de muerte lo que está destinado a ser fuente de vida. La educación del niño será para él como la leche materna. No debemos tomar lo que está destinado a ser alimento y transformarlo en algo que le llevará a la muerte.
La gracia común es fragmentaria. No proporciona un sistema de creencias coherente, excluyendo solo el componente “Jesús”. Si, estas en medio de un desastre idolatra. Es bueno para los incrédulos, en términos relativos (porque es preferible a las tinieblas exteriores); pero el hecho de que Dios sea generoso con ellos, al preservarlos de las consecuencias totales de su rebelión, no implica que este desastre curricular caótico e incoherente convenga a los hijos de los creyentes.
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